1. Spring
Breakers (Harmony Korine, 2012) nos ha fascinado como
ninguna película lo había conseguido desde hacía tiempo. Tras nuestro(s) visionado(s),
nos llevamos de ella esa rara sensación, emocionante y prometedora, que queda
tras haber “descubierto” una obra de verdadera importancia. Esto es, no solo de
una inmensa valía, sino de una valía sorpresiva, trastornadora, diferente,
nueva. O también: una obra que no se agota en su novedad, pues esta se halla al
servicio de algo para nada contingente. Spring
Breakers viene acompañada por una mil veces vista “polémica” (en realidad,
como en tantos otros casos como el muy reciente de “Pattinson-Cosmópolis” su
única opción posible de campaña publicitaria, de acceso a lo comercial) en
relación a la reputación de las ídolos teen
que conforman su reparto, tras pasearse en bikini durante toda una película “tan
adulta y provocativa”. Es obvio que necesitamos replantearnos muy seriamente el
significado de la palabra “polémica”. Mas por una vez su uso no resulta huero
para lo que verdaderamente importa en Spring
Breakers, no su circunstancia, sino su resultado. La quinta película de
Harmony Korine (en España apenas nadie se había enterado de la existencia de
las otras cuatro) es polémica porque arriesga como pocas y ambiciona como
todavía menos. En la heteróclita caligrafía audiovisual de Spring Breakers encontramos muchas revoluciones soterradas, muchos
caminos abiertos que antes podían parecernos impensables, propios de una
alocada prepotencia o simplemente el mal gusto. Es lo que llamamos una empresa
visionaria: la del artista que nos enseña nuevos mundos mediante una forma de
mirar distinta. Esto podrá parecer a muchos una afirmación más que aventurada y
por ello poco seria, pero ya sabemos que el espectador (o lector) serio
(malhumorado) y corto de miras (él se denominaría
“purista”) posee dos actitudes contraproducentes: la negación a explorar y valorar
las obras del pasado que no vengan refrendadas por el establishment, y la imposibilidad de reconocer la intolerable valía
de algunas obras entre el maremágnum del inmediato presente.
2. Espeluznantes
monstruos y simpáticos duendes
Lo que podríamos
denominar el “prólogo” de la cinta nos ofrece en buena medida lo que son las
intenciones y los modos de la película, pero sobre todo nos da la mejor prueba
de su extrañeza fascinadora, a varios niveles. Los primeros minutos de la cinta
muestran en puridad una típica fiesta playera de Spring Break, un desmadre de universitarios norteamericanos en
pelotas tostándose en las costas de
Florida: primavera de volleyball,
arena, alcohol, gafas de sol, drogas, bikinis de colores chillones, sexo
implícito y explícito. Imágenes alternantes de distintos grupos acercándose a
la cámara para sacar la lengua, enseñar cacho y mostrar su felicidad extática
de una semana. Pero lo que podría ser un doble juego entre penoso vídeo Youtube
(testimonio documental imparcial) y sentimentaloide videoclip erótico-festivo
(parodia crítica) sufre un nuevo remix
en manos de Harmony Korine, que aun valiéndose de ambos conceptos otorga un
sorprendente ángulo, una inesperada trascendencia al momento. La sensualista
cámara lenta, la deslumbrante fotográfica de Benoît Debie (que consigue una
auténtica irrealidad justo a través del
hiperrealismo que proporciona la imagen digital), la dantesca coreografía
corporal montada al ritmo de la música dubstep
de Skrillex (Strange Monsters and Nice
Sprites), fluctuante entre “bajones” pseudomísticos y amenazadoras y
agresivas subidas de tono..; en su magnificencia sublimada y operística, llena
de presagios y leitmotiv de lo que vendrá después, nos recordó extraña pero invenciblemente
a otro prólogo, el de Melancolía (Melancholia, Lars von Trier, 2011). El
extrañamiento, la desmesura de la imagen transforman la fiesta playera al
atardecer en una experiencia absolutamente hipnótica, en un acercamiento
fascinado que presagia la fascinación ambigua del resto de la película: un
viaje onírico en formato videoclip, a caballo de la oscuridad y el neón, entre
el rechazo embelesado y la curiosidad morbosa. Un viaje que devendrá crepuscular
como el atardecer en la playa de Florida, rodeado de una melancolía
apocalíptica que es quizá la del final de las vacaciones.
3. The Dream
Aun no habiendo
prestado atención alguna a la clase acerca de Martin Luther King y la lucha por
los derechos civiles, Candy, Brith, Faith y Cody (Vanessa Hudgens, Ashley
Benson, Selena Gomez y Rachel Korine, respectivamente), las chicas
protagonistas, invocan con frecuencia un “sueño” particular (“El Sueño”), irse
de vacaciones de primavera, con la misma convicción con que aquel hablaba de
una América libre de cualquier discriminación racial. Y no solo ellas: más
tarde el personaje de Alien (James Franco), profeta y adalid del lado más
siniestro y pesadillesco de este anhelo, también se congratulará, presumiendo de
mansión empapelada con bazucas y de colección de desodorantes caros, de haber logrado
cumplir el verdadero sueño americano. Como asimismo lo hará su antagonista, el
capo gangsta Archie (Gucci Mane).
¿Pero estamos hablando de verdad de una semana de fiesta en la playa? Sí, pero
también de otra cosa: para ellas la salida de Spring Break encubre el anhelo de un Edén juvenil, una huida del
aburrido cotidiano en pos de un paraíso liberador ausente de rutinas y tiempos
muertos, un lugar de revelación en el que, como subrayan en repetidas ocasiones,
descubran quiénes son en realidad. Es la sublimación de la fiesta. La genialidad
de la película de Korine consiste en que busca mirar al Spring Break desde esta sublimación, que hace al espectador turbado
partícipe de una experiencia que objetivamente puede rechazar de plano y
considerar deprimente, pero a la cual las imágenes y los sonidos de la película
dotan de un aura sorprendente y misteriosa. La ultramasificación y el ruido se
convierten en estado de trance,
acentuado por el continuo fondo de las voces de las protagonistas, en llamadas
telefónicas a modo de monólogo interior (de una hipocresía que asusta de tan
convencida e inocente) donde repiten
a sus madres y abuelas las revelaciones.
4.“Spring Breaks 4-Ever”
Las
protagonistas consiguen el dinero necesario para irse de vacaciones tras
atracar con martillos y pasamontañas de unicornios rosas un restaurante de
comida rápida, en una secuencia absolutamente antológica en la que suena una
canción cuya letra dice querer que el momento sea para siempre. Ellas quieren
encontrarse a sí mismas; desde ese instante, intuimos que eso supone traspasar algunos límites. Todo lo más sórdido, prohibido, que se agazapa en el
espectáculo de obscenidad barata de la primavera floridana se pone al
descubierto y queda personificado en la figura de Al “Alien”, el rapero y gángster
al que encarna James Franco, en una interpretación alucinógena, en la que el
actor parece haber aprovechado su actuación en Howl (R. Epstein y J. Friedman, 2010) para la dicción del
personaje: este declama (y canta, y recita) como si fuera una versión rapper, con voz gangosa por el metal de
sus mandíbulas, del Allen Ginsberg de aquella. Mafioso de suburbios y fiestas
universitarias hecho a sí mismo, cantante en alza en la red, rasta enorme y
siniestro, está a un paso de convertirse en el señor de la droga de St.
Petesburg y confiesa no provenir de este planeta. Acechante, Alien “libera” a las
chicas de la cárcel y se ofrece como pase V.I.P. hacia la diversión más
salvaje, la continuación del atraco inaugural: hacer pasta siendo malo. Pero que nadie se piense que este giro genérico hacia
lo criminal supone una deriva pulp y
tarantinesca para la película (o no solo), o una forma perversa de moralina.
Por el contrario, la película prosigue con su tono meditabundo e hipnótico,
aunque los presagios fatalistas (deserciones incluidas) sean cada vez más abundantes.
Antes de dar el atraco, las chicas se dicen una y otra vez que no pasará nada,
que será como si se encontraran en un videojuego. Así, el tramo final de la
película se imbuye todavía más de irrealidad y se desarrolla casi en duermevela
hasta la conclusión. Spring Breakers concluye
en un final arrebatado, con una exclamación emocionada aunque resignada a que
el sueño de Spring Break dure para
siempre y nada termine, con un beso irónico y triste que recuerda en cierto
modo al final de Al final de la escapada (
À bout de soufflé, Jean-Luc Godard,
1959). En último término no ha pasado nada, salvo que se acaban las vacaciones.
Spring Breakers es la historia del
desmantelamiento de un paraíso artificial siniestro, un poema turbio fascinado por
sus propias sombras, y lleno de extraña melancolía.
5. Britney Spears y Terrence Malick
En cuanto a
clasificaciones, la película de Harmony Korine es muchas cosas y todas al mismo
tiempo: retrato crítico y poema juvenil, thriller
con simbología de cuento de hadas (contemporáneo y cruel), película contada
con los mismos tropos y formatos (videoclip, videojuego, vídeo Youtube, film de “chicas y pistolas”) que constituyen
la simbología de sus personajes, reformulados y transgredidos desde dentro,
prodigiosa combinación de medios y formas con el continuo propósito de hallar
un nuevo lenguaje audiovisual que vaya más allá del cinematográfico (pero
siendo al mismo tiempo muy cinematográfico) en un rotundo intento de
película-total… Hay una influencia curiosa en esta forma de hacer cine de Harmony
Korine, extraña en el contexto pero bien perceptible, como lo es de maneras muy
distintas en algunos de los mejores nuevos creadores cinematográficos de
Estados Unidos (Jeff Nichols es un buen ejemplo): la de Terrence Malick. La
polifonía de la película de Korine y la importancia dada en ella la palabra
(ese trasfondo de voces, monólogos interiores que se repiten como si fueran
grabaciones o versos) a la hora de integrarla en otra polifonía mayor y
compleja, no simplemente subordinada a la imagen, sigue muy de cerca a la de
Malick; la amplitud de miras y la ambición de su cámara, el sensualismo de sus
fotogramas, su abolición del montaje tradicional en busca de nuevos vínculos, e
incluso un cierto misticismo, son rasgos del cine del autor de El árbol de la vida ( The Tree of Life, 2011) que se notan
aprendidos y asimilados de forma personalísima por el director de Spring Breakers.
Harmony Korine se nos sitúa desde ya como uno de los
creadores cinematográficos más importantes del presente, como un cineasta de
vanguardia de una intuición estética inaudita, portentosa e impactante, con una
visión del mundo rara y misteriosa. De los verdaderos creadores que, como
Malick, nos hacen ver diferente. Spring
Breakers esconde muchas sorpresas, muchos logros diferentes e inexplorados;
no sabemos si estos tendrán continuidad aun ni en el cine de su mismo autor, si
permanecerán ignorados y Spring Breakers terminará
resultando un film-isla, o como mucho
la película de culto de unos cuantos. De momento, unos la aman y otros la odian;
la mayoría no ha ido a verla por la frivolidad engañosa de su póster
promocional, o por contra porque han sabido que la película no son solo
pistolas y chicas en bikini. A nosotros, Spring
Breakers nos ha fascinado como ninguna película lo había conseguido desde
hacía tiempo. Una obra maestra.
Estupendo análisis. A mi entender un poco complaciente con los personajes. Aunque imagino que esa es la gracia y la fascinación de la peli: ese doble juego entre la espiritualidad vacía y la perversión viciosa. ¿Crees que su ambigüedad es deliberada, o que todo lo que comentas es fruto de un proyecto salido de madre? En las entrevistas Korine no parece aportar mucha luz... es más, hace declaraciones bastante vacuas. ¿Podrías aportar a los lectores de La Retina, una entrevista un poco más sustanciosa?
ResponderEliminarMuchas gracias por tu atenta lectura: no quería ser complaciente con las protagonistas ni mucho menos. Yo creo que Korine tampoco lo es en ningún momento, lo que ocurre es que su mirada consigue sacar de forma impresionante toda la fascinación que se oculta en la perversidad que muestra. Sin invitarte a ningún Spring Break, salvo al creado por él.
EliminarTienes razón en que Harmony Korine no se muestra muy brillante en las entrevistas, aunque también es cierto que no lo tiene demasiado fácil: el subgénero de la entrevista cinematográfica suele ser mediocre y desganado, por parte del entrevistado (que va por que le obliga su contrato y se cierra en banda) y del entrevistador (que no puede preguntar más allá del "¿cómo fue trabajar con alguien como Selena Gomez?"), A veces es mejor el silencio, aunque si he de recomedar alguna sin duda la mejor es la publicada en el pasado número de marzo de Cahiers du Cinéma.
Esta tampoco está mal: thttp://www.complex.com/pop-culture/2013/03/interview-harmony-korine-spring-breakers-chief-keef