lunes, 22 de julio de 2013

The Purge: La noche de las bestias


The Purge: La noche de las bestias (The Purge, James DeMonaco, 2013): Rod Serling decía que la ciencia ficción trataba de lo improbable hecho posible. Pero, como él bien sabía, de lo improbable a lo imposible hay un buen trecho. Algo que también conoce bien James DeMonaco, guionista y director de The Purge. Pues DeMonaco sabe que lo improbable no proviene de más allá de la razón, sino todo lo contrario. Y como consolidado plausible muestra lo narrado en su película: en el Estados Unidos de dentro de apenas nueve años, un nuevo régimen de Padres Fundadores ha legalizado por aclamación popular la Purga, una noche anual en la que los delitos se conculcan y todo (y especialmente el asesinato) está permitido. Una jornada que busca reducir los bajos instintos del ser humano a una salvaje catarsis de 12 horas, y que en realidad es un abracadabrante proyecto eugenésico para bajar de una tajada el paro y el malestar social. Y más vale tener suficiente dinero para blindar de seguridad el hogar si esa noche uno, en vez de irse a matar al jefe, prefiere quedarse en casa. James DeMonaco confía en la ciencia ficción como uno de los pocos terrenos de libertad que nos quedan, uno desde los cuales más y mejor se puede hablar. Sabe que estamos en crisis, y sabe convertir en nuestra inseguridad ciudadana y nuestros conflictos sociales, y también nuestras pulsiones más escalofriantes, en una parábola cruel de largo aliento, cuyo solo punto de partida nos llama de forma poderosa. Y no hay que reprochar que así sea: el cine es y siempre será (aunque pueda también ser otras muchas cosas) evasión, pero en un verano sobrecargado (salvo honrosas excepciones) de entretenimientos espurios, de películas prefabricadas inútiles para satisfacer la necesidad natural de evasión de la audiencia, es normal que The Purge, una película de modestísimo presupuesto, haya sido un rotundo éxito de taquilla, pues aunque buena parte del público de los taquillazos no quiera preocuparse más de la cuenta, si le interesa encontrar respuestas a sus preocupaciones. También quiere morbo puro y duro, por supuesto (algo que no va a encontrar en los fotogramas de The Purge), pero a su vez está el deseo de ver en pantalla conflictos, cuestiones e imágenes que el cine adocenado actual, de dramatismo zero o light,  le hurta.



        Funny Games (Michael Haneke, 1997 y 2007) es, junto con Perros de paja (Straw dogs, Sam Peckinpah, 1971) y el cine a puerta cerrada de John Carpenter, la película que más ha salido a colación en los análisis de The Purge. Quizá porque para la mayor parte de la crítica sigue siendo la máxima autoridad cinematográfica en lo referente a la ética de la violencia en pantalla. Pero no nos confundamos de película: Funny Games es una tesis fílmica, que busca certificar los límites de lo que está permitido mostrar, y de lo que el espectador está dispuesto a soportar ver (que es básicamente todo). The Purge, como aquella, es una película que está en contra de la violencia que muestra, pero el objeto de su crítica no es la representación de esa violencia sino la propia existencia de la misma. En ese sentido, y esto hace a la propuesta de James DeMonaco más demoledora de lo que algunos han reconocido (y la emparenta con más razón con la película de Peckinpah), el film parece reconocer la pulsión violenta como algo inherente a la existencia humana, a la que unos (los partidarios de la Purga) se entregan por voluntad e incluso deleite, y otros por imposición, por supervivencia (la respuesta de la familia Sandin en el asedio a sus casa no puede ser finalmente sino de las mismas condiciones que la de sus agresores; respuesta que para más inri es vista por el espectador con más simpatía que la anterior aceptación cobarde de las reglas de los extorsionadores) Esta aceptación pesimista es la que paradójicamente lleva a su cese: la violencia existe, pero el ser humano, expuesto en toda su crudeza a ella, no puede sino rechazarla con todas sus fuerzas, luchar hasta acabar con ella.

 
                La película de DeMonaco se convierte así en un áspero enfrentamiento por la supervivencia, desnudo de acotaciones cinematográficas y parlamentos a la cámara  hanekeanos. La reducción de la acción al solo espacio de la casa tomada permite que lo general se desprenda de lo particular con naturalidad y fuerza, sin forzadas disquisiciones: el personaje neutral de Ethan Hawke, sobre el que recae la tarea de toma de conciencia, está lo suficientemente bien perfilado (a lo que contribuye, por supuesto, la interpretación de este genial actor) para que, digamos, no haga falta salir al exterior para saber lo que está pasando fuera. The Purge es acción pura y dura, y no podría ser de otra manera, acorde a lo agreste de su discurso. DeMonaco abusa quizás de requiebros guionísticos (aunque desde luego estos están perfectamente efectuados), pero su capacidad para dotar de ritmo y atmósfera a la película es pasmosa: con contundencia constante, la historia avanza con la tensión de una set-piece continua. El director, siempre seco y dando en la diana con el uso de una iconografía mínima (las caretas de guiñol de los asaltantes pijos siguen siendo terroríficas, aunque las hayamos visto tantas veces en las peores caras), se da prisa en apagar las luces para que la acción se encierre entre las paredes del cine de terror. Así, la casa tomada, cual mansión gótica se vuelve extraña para sus mismos habitantes, a los que la cámara se pega y persigue en semipenumbra con la inseguridad de no saber lo que hay al final del pasillo. Algo a lo que también contribuye una excelente fotografía, la cual por cierto presenta esa esterilizada y cenicienta grisura característica de buena parte de las producciones de Jason Blum (abundante en casas encantadas de nueva generación): aunque el grueso de las producciones de este mecenas dista de entusiasmarnos, su nueva promoción de otras como esta estupenda película de James DeMonaco o ese auténtico hito del cine de terror que es The lords of Salem (Rob Zombie, 2013) es sin duda una esperanza a la que agarrarse muy fuerte para el aficionado a uno de los géneros (y aquí agrupamos las distinciones de Serling: terror, ciencia ficción, fantástico) desde los cuales más y mejor se puede hablar.