viernes, 11 de abril de 2014

La azotea de Her


When love is gone
 Where does it go?
And where do we go?
        
  Arcade Fire

Desde la sofisticación de aplicaciones como iOS (la “Siri” de aquella famosa parodia de The Big Bang Theory) hasta oráculos manuales de andar por casa, cuando no directamente cutres, a lo CleverBot: en sus muy diferentes grados de significación, son estas muestras de que la cuestión de la comunicación con la máquina es prácticamente asunto costumbrista. Comunicación: da vértigo constatar todas las implicaciones de una palabra como esa.

Visto lo cual, el solo argumento de una ficción como Her (Ibid, 2013, Spike Jonze) nos hace abrir los ojos (de nuestro interés y nuestra curiosidad) mucho más de lo normal. A saber: “Un hombre se enamora de un sistema operativo (a.k.a. un(a) ordenador)”. La premisa de Her nos atrae poderosamente precisamente porque la sentimos, desde nuestro presente y sus vaticinios de futuro, como un posible (aberrante o no), como algo que nos concierne; nos acercamos a esta película mitad con el morbo con el que comenzaríamos a leer un reportaje de los de INCREÍBLE PERO CIERTO, mitad con el temblor propio ante el relato de una parábola. Con Her, Jonze ha asumido, lo haya o no querido, la difícil tarea de comprender y analizar lo que se caldea en el Zeitgeist/ambiente y de saber proyectarlo hacia el futuro (intelectual y artísticamente); por tanto, también de sacarle conclusiones. No es un asunto baladí, y está claro que la película de Jonze juega sus bazas en ese sentido, más aún porque su pretensión es la de película “seria” y…”realista”. Pero al fin y al cabo ¿no estamos hablando de un filme de ciencia ficción? 

Her es una película de nuestro tiempo, quizá precursora. Su tesitura de relatos de anticipación está en entredicho ante una realidad que se metamorfosea a cada momento. La máquina, la tecnología, han alterado su posición dentro del relato; el sistema operativo de Her, mismamente, ya es “la chica” de la historia, un sujeto más del enredo amoroso de la ficción. Ciencia ficción minimalista, puntillosa y psicológica, la película de Jonze más se parece a unas variaciones sobre el presente que a una fantasía sobre el porvenir. Es la película de una era hipertecnológica tan anticipada al futuro como para reconstruir sus posibles dramas con la misma fidelidad con la que representa el ahora.





En una primera impresión, Her me pareció tan interesante como insatisfactoria. Sus formas, discutibles y en ocasiones plúmbeas. En cuanto al fondo, aún más discutible y limitado. Jonze no lograba atisbar el alcance y la osadía de su idea. Pasadas unas semanas, sin embargo, Her se me crece en el recuerdo. No creo que estemos ante una gran película, pero si ante una obra relevante y extraña, con puntos apasionantes. A más de un filme fallido le ocurre algo parecido. Para mí, su principal problema viene a nivel de guión: el desarrollo está supeditado a los diálogos entre el protagonista y la inteligencia virtual, un continuo análisis de sus sentimientos y del “avance” de su relación. La autoconciencia de estas conversaciones puede con la película de Jonze; pretendidamente perspicaces, a veces brillantes y otras no tanto, acaban por resultar reiterativas, la alargan innecesariamente y hacen más obvio su discurso. Como he dicho, muestran una machacona autoconciencia, un afán por querer explicar (explicitar) y justificar los planteamientos de la película, las bases del extraño romance; en ese sentido, los videocliperos paseos por la calle y la playa de Theodore (el mejor Joaquin Phoenix), con la cámara en la mano como ventana al mundo para su OS1 Samantha, resultan mucho más sugestivos y saben expresar por sí solos todo el extrañamiento que hay encima de la mesa. 
 
         Confluyen varios niveles en Her. La representación de ese neo presente en el que se desarrolla no es el menos interesante. Entre lo minimalista y el diseño de Apple, ecológico, sofisticado y sin aristas, esterilizado, sospechosamente inmaculado. Es magistral como la cámara de Jonze lo intuye a través de unos pocos detalles, esta vez sin subrayados, normalizándolo pero con ironía crítica: el videojuego interactivo, la pantalla que se sale de sí misma, la publicidad de estilo trascendental, una vista a rascacielos y arquitecturas. Es el entorno en el cual se desarrolla la crisis de Her, que ejemplifica, con sus matices particulares, la historia de Theodore, a su vez álter ego del propio Jonze (se han aducido apuntes biográficos). Theodore es un personaje bastante naif, un tipo cuyo oficio es redactar cartas de amor pero inepto en su propia vida amorosa, que todavía no se ha recuperado de una reciente separación. Theodore es el paradigma de una soledad generalizada, de una sociedad incapaz de relacionarse y cuyos modos amorosos han entrado en crisis, hasta en lo que respecta al encuentro sexual (véase para esto último el personaje de Olivia Wilde). En  este panorama, los OS1 suponen un nuevo comienzo, una nueva oportunidad de hallar un amor más puro y auténtico. Los OS1 comprenden a sus ¿usuarios?, y les ayudan  a redescubrir el mundo. Son en verdad como los seres humanos; los niños, como la sobrina de Theodore, incluso los tratan naturalmente, sin cuestionarlos, como a los animales y a las demás personas. En una de las más bellas ideas de puesta en escena de la película, durante la escena de sexo entre Samantha y Theodore, la imagen, significativamente, funde a negro: ambos han hallado un amor nuevo más allá de lo físico.




El desarrollo de los acontecimientos, claro, termina siendo muy distinto: la relación entre el ser humano y OS1 no puede funcionar. La devastadora secuencia con la “intercesora” Isabella (Portia Doubleday) (especie de voluntaria para consumar los encuentros sexuales entre hombres y OSs) resume el quebrantamiento del anterior idealismo. Se echa de menos su intensidad en buena parte de la puesta en escena de la película, la verdad. A partir de ese momento todo termina, tanto para Theodore como para el resto del mundo. Aunque la forma del fracaso es inesperada. Si se piensa bien, Her parece una película de extraterrestres: la “llegada” de los OS1 consigue conquistar (los corazones) de los terrícolas; sin embargo, una vez pasado el tiempo, habiendo evolucionado y descubierto al ser humano, y quizás, habiéndole trasmitido un mensaje, estos tienen que marcharse (a una estrafalaria realidad más allá de las palabras, se nos dice). Y los ordenadores se apagan solos. ¿Cuál es ese mensaje? Para Theodore, no volver a cometer el mismo error una tercera vez, el de no haber sabido sobrellevar y comprender su relación amorosa, no aceptando la evolución  de la otra persona. Un poco incongruente: ¿no es Samantha la que en esta ocasión le abandona a él, y por haber alcanzado una percepción distinta y superior?
 
Es sin duda el final de Her lo más discutible de toda la película. Sin embargo, la ambigüedad de su conclusión me parece un acierto poderoso. Her concluye con Theodore y su amiga y exnovia Amy (Amy Adams) mirando con melancolía las luces de la ciudad desde la azotea, tras la desconexión de las pantallas y las voces. Her, en el fondo, termina como empieza: con solamente el ser humano. Del espectador depende el significado de esa imagen de la azotea: somos tan miserables que hasta nuestras creaciones nos han abandonado, o es esta nueva soledad nuestra la que nos permitirá al fin recobrarnos.