lunes, 1 de abril de 2013

Spring Breakers: algunas consideraciones.



1. Spring Breakers (Harmony Korine, 2012) nos ha fascinado como ninguna película lo había conseguido desde hacía tiempo. Tras nuestro(s) visionado(s), nos llevamos de ella esa rara sensación, emocionante y prometedora, que queda tras haber “descubierto” una obra de verdadera importancia. Esto es, no solo de una inmensa valía, sino de una valía sorpresiva, trastornadora, diferente, nueva. O también: una obra que no se agota en su novedad, pues esta se halla al servicio de algo para nada contingente. Spring Breakers viene acompañada por una mil veces vista “polémica” (en realidad, como en tantos otros casos como el muy reciente de “Pattinson-Cosmópolis” su única opción posible de campaña publicitaria, de acceso a lo comercial) en relación a la reputación de las ídolos teen que conforman su reparto, tras pasearse en bikini durante toda una película “tan adulta y provocativa”. Es obvio que necesitamos replantearnos muy seriamente el significado de la palabra “polémica”. Mas por una vez su uso no resulta huero para lo que verdaderamente importa en Spring Breakers, no su circunstancia, sino su resultado. La quinta película de Harmony Korine (en España apenas nadie se había enterado de la existencia de las otras cuatro) es polémica porque arriesga como pocas y ambiciona como todavía menos. En la heteróclita caligrafía audiovisual de Spring Breakers encontramos muchas revoluciones soterradas, muchos caminos abiertos que antes podían parecernos impensables, propios de una alocada prepotencia o simplemente el mal gusto. Es lo que llamamos una empresa visionaria: la del artista que nos enseña nuevos mundos mediante una forma de mirar distinta. Esto podrá parecer a muchos una afirmación más que aventurada y por ello poco seria, pero ya sabemos que el espectador (o lector) serio (malhumorado) y corto de  miras (él se denominaría “purista”) posee dos actitudes contraproducentes: la negación a explorar y valorar las obras del pasado que no vengan refrendadas por el establishment, y la imposibilidad de reconocer la intolerable valía de algunas obras entre el maremágnum del inmediato presente.



2. Espeluznantes monstruos y simpáticos duendes

                                                
 Lo que podríamos denominar el “prólogo” de la cinta nos ofrece en buena medida lo que son las intenciones y los modos de la película, pero sobre todo nos da la mejor prueba de su extrañeza fascinadora, a varios niveles. Los primeros minutos de la cinta muestran en puridad una típica fiesta playera de Spring Break, un desmadre de universitarios norteamericanos en pelotas tostándose en las costas de Florida: primavera de volleyball, arena, alcohol, gafas de sol, drogas, bikinis de colores chillones, sexo implícito y explícito. Imágenes alternantes de distintos grupos acercándose a la cámara para sacar la lengua, enseñar cacho y mostrar su felicidad extática de una semana. Pero lo que podría ser un doble juego entre penoso vídeo Youtube (testimonio documental imparcial) y sentimentaloide videoclip erótico-festivo (parodia crítica) sufre un nuevo remix en manos de Harmony Korine, que aun valiéndose de ambos conceptos otorga un sorprendente ángulo, una inesperada trascendencia al momento. La sensualista cámara lenta, la deslumbrante fotográfica de Benoît Debie (que consigue una auténtica irrealidad justo a través del  hiperrealismo que proporciona la imagen digital), la dantesca coreografía corporal montada al ritmo de la música dubstep de Skrillex (Strange Monsters and Nice Sprites), fluctuante entre “bajones” pseudomísticos y amenazadoras y agresivas subidas de tono..; en su magnificencia sublimada y operística, llena de presagios y leitmotiv de lo que vendrá después, nos recordó extraña pero invenciblemente a otro prólogo, el de Melancolía (Melancholia, Lars von Trier, 2011). El extrañamiento, la desmesura de la imagen transforman la fiesta playera al atardecer en una experiencia absolutamente hipnótica, en un acercamiento fascinado que presagia la fascinación ambigua del resto de la película: un viaje onírico en formato videoclip, a caballo de la oscuridad y el neón, entre el rechazo embelesado y la curiosidad morbosa. Un viaje que devendrá crepuscular como el atardecer en la playa de Florida, rodeado de una melancolía apocalíptica que es quizá la del final de las vacaciones.



 3. The Dream

                                                   



Aun no habiendo prestado atención alguna a la clase acerca de Martin Luther King y la lucha por los derechos civiles, Candy, Brith, Faith y Cody (Vanessa Hudgens, Ashley Benson, Selena Gomez y Rachel Korine, respectivamente), las chicas protagonistas, invocan con frecuencia un “sueño” particular (“El Sueño”), irse de vacaciones de primavera, con la misma convicción con que aquel hablaba de una América libre de cualquier discriminación racial. Y no solo ellas: más tarde el personaje de Alien (James Franco), profeta y adalid del lado más siniestro y pesadillesco de este anhelo, también se congratulará, presumiendo de mansión empapelada con bazucas y de colección de desodorantes caros, de haber logrado cumplir el verdadero sueño americano. Como asimismo lo hará su antagonista, el capo gangsta Archie (Gucci Mane). ¿Pero estamos hablando de verdad de una semana de fiesta en la playa? Sí, pero también de otra cosa: para ellas la salida de Spring Break encubre el anhelo de un Edén juvenil, una huida del aburrido cotidiano en pos de un paraíso liberador ausente de rutinas y tiempos muertos, un lugar de revelación en el que, como subrayan en repetidas ocasiones, descubran quiénes son en realidad. Es la sublimación de la fiesta. La genialidad de la película de Korine consiste en que busca mirar al Spring Break desde esta sublimación, que hace al espectador turbado partícipe de una experiencia que objetivamente puede rechazar de plano y considerar deprimente, pero a la cual las imágenes y los sonidos de la película dotan de un aura sorprendente y misteriosa. La ultramasificación y el ruido se convierten en  estado de trance, acentuado por el continuo fondo de las voces de las protagonistas, en llamadas telefónicas a modo de monólogo interior (de una hipocresía que asusta de tan convencida e inocente) donde repiten a sus madres y abuelas las revelaciones.


4.“Spring Breaks 4-Ever”

                                                      



Las protagonistas consiguen el dinero necesario para irse de vacaciones tras atracar con martillos y pasamontañas de unicornios rosas un restaurante de comida rápida, en una secuencia absolutamente antológica en la que suena una canción cuya letra dice querer que el momento sea para siempre. Ellas quieren encontrarse a sí mismas; desde ese instante, intuimos que eso supone traspasar algunos límites. Todo lo más sórdido, prohibido, que se agazapa en el espectáculo de obscenidad barata de la primavera floridana se pone al descubierto y queda personificado en la figura de Al “Alien”, el rapero y gángster al que encarna James Franco, en una interpretación alucinógena, en la que el actor parece haber aprovechado su actuación en Howl (R. Epstein y J. Friedman, 2010) para la dicción del personaje: este declama (y canta, y recita) como si fuera una versión rapper, con voz gangosa por el metal de sus mandíbulas, del Allen Ginsberg de aquella. Mafioso de suburbios y fiestas universitarias hecho a sí mismo, cantante en alza en la red, rasta enorme y siniestro, está a un paso de convertirse en el señor de la droga de St. Petesburg y confiesa no provenir de este planeta. Acechante, Alien “libera” a las chicas de la cárcel y se ofrece como pase V.I.P. hacia la diversión más salvaje, la continuación del atraco inaugural: hacer pasta siendo malo. Pero que nadie se piense que este giro genérico hacia lo criminal supone una deriva pulp y tarantinesca para la película (o no solo), o una forma perversa de moralina. Por el contrario, la película prosigue con su tono meditabundo e hipnótico, aunque los presagios fatalistas (deserciones incluidas) sean cada vez más abundantes. Antes de dar el atraco, las chicas se dicen una y otra vez que no pasará nada, que será como si se encontraran en un videojuego. Así, el tramo final de la película se imbuye todavía más de irrealidad y se desarrolla casi en duermevela hasta la conclusión. Spring Breakers concluye en un final arrebatado, con una exclamación emocionada aunque resignada a que el sueño de Spring Break dure para siempre y nada termine, con un beso irónico y triste que recuerda en cierto modo al final de Al final de la escapada ( À bout de soufflé, Jean-Luc Godard, 1959). En último término no ha pasado nada, salvo que se acaban las vacaciones. Spring Breakers es la historia del desmantelamiento de un paraíso artificial siniestro, un poema turbio fascinado por sus propias sombras, y lleno de extraña melancolía.

 
5. Britney Spears y Terrence Malick

                                                             

En cuanto a clasificaciones, la película de Harmony Korine es muchas cosas y todas al mismo tiempo: retrato crítico y poema juvenil, thriller con simbología de cuento de hadas (contemporáneo y cruel), película contada con los mismos tropos y formatos (videoclip, videojuego, vídeo Youtube, film de “chicas y pistolas”) que constituyen la simbología de sus personajes, reformulados y transgredidos desde dentro, prodigiosa combinación de medios y formas con el continuo propósito de hallar un nuevo lenguaje audiovisual que vaya más allá del cinematográfico (pero siendo al mismo tiempo muy cinematográfico) en un rotundo intento de película-total… Hay una influencia curiosa en esta forma de hacer cine de Harmony Korine, extraña en el contexto pero bien perceptible, como lo es de maneras muy distintas en algunos de los mejores nuevos creadores cinematográficos de Estados Unidos (Jeff Nichols es un buen ejemplo): la de Terrence Malick. La polifonía de la película de Korine y la importancia dada en ella la palabra (ese trasfondo de voces, monólogos interiores que se repiten como si fueran grabaciones o versos) a la hora de integrarla en otra polifonía mayor y compleja, no simplemente subordinada a la imagen, sigue muy de cerca a la de Malick; la amplitud de miras y la ambición de su cámara, el sensualismo de sus fotogramas, su abolición del montaje tradicional en busca de nuevos vínculos, e incluso un cierto misticismo, son rasgos del cine del autor de El árbol de la vida ( The Tree of Life, 2011) que se notan aprendidos y asimilados de forma personalísima por el director de Spring Breakers. 


                                                    


Harmony  Korine se nos sitúa desde ya como uno de los creadores cinematográficos más importantes del presente, como un cineasta de vanguardia de una intuición estética inaudita, portentosa e impactante, con una visión del mundo rara y misteriosa. De los verdaderos creadores que, como Malick, nos hacen ver diferente. Spring Breakers esconde muchas sorpresas, muchos logros diferentes e inexplorados; no sabemos si estos tendrán continuidad aun ni en el cine de su mismo autor, si permanecerán ignorados y Spring Breakers terminará resultando un film-isla, o como mucho la película de culto de unos cuantos. De momento, unos la aman y otros la odian; la mayoría no ha ido a verla por la frivolidad engañosa de su póster promocional, o por contra porque han sabido que la película no son solo pistolas y chicas en bikini. A nosotros, Spring Breakers nos ha fascinado como ninguna película lo había conseguido desde hacía tiempo. Una obra maestra.