A
menudo puede escucharse que M. Night Shyamalan es uno de los “maestros” del
cine de terror contemporáneo. La visita (The Visit, 2015), su nueva película tras
un largo período, digamos, poco grato al recuerdo, ha sido saludada con
bastante entusiasmo como una vuelta a las esencias. Sí, es una serie B (de gran
estudio, no se crean que esto es La noche
de los muertos vivientes) patrocinada por el ubicuo Jason Blum, pero
Shyamalan, en opinión general, ha recuperado en buena medida con ella su toque
de varita mágica, ese toque que le hacía ser “un maestro del terror”.
Y
sí, La visita es una película eficaz,
rodada con buen pulso, con buenos sustos y dosis de oscuridad, siempre
entretenida. Para mí, siempre será una buena noticia que haya cine de terror
con éxito comercial, y si además es bien recibido por los críticos, deseosos de
volver a ver el talento de todo un “autor”, la cosa parece de ensueño. Pero
mientras veía La visita, tan
intrigado y atento como el resto del público, tuve la revelación terrible, decisiva:
contra todos los signos, M. Night
Shyamalan NO es un maestro del cine de terror. Y esta vez ha vuelto para confirmarlo, quizás de
forma definitiva.
Para
el caso no importa que en su filmografía hallemos películas notables (por citar
una de las menos (re)conocidas, El
incidente me parece tan imperfecta como sugestiva); como asimismo no tienen
importancia los fiascos, que en honor a la verdad no han tenido que ser “por
encargo”: la por declaración propia “muy personal” La joven del agua es uno de los bodrios más patéticos que se
recuerdan (en esto creo que la opinión será 99% unánime)[1].
Tan solo unos cuantos detalles de La
visita nos lo hacen patente.
En
honor de la verdad, La visita no se
diferencia mucho de la más correcta y ramplona película norteamericana de
terror mainstream de la actualidad,
pero el pedigrí que el director conserva le impide en buena medida escapar a
ciertas comparaciones odiosas. Que Shyamalan se haya decidido a usar para la
ocasión el formato de found footage (“metraje
encontrado”) puede causar de todo menos sorpresa, pues este se viene aplicando
en el género (con resultados en ocasiones realmente magistrales)…desde el siglo
pasado. Pero el found footage le
sirve a Shyamalan para poco más que unos cuantos sustos efectistas y sobre
todo, para endosarnos un discursete metanarrativo en boca de los repipis
protagonistas que no puede ser más indigesto. El found footage de Shyamalan es completamente light e inofensivo: no genera prácticamente inmediatez (e
inseguridad en el espectador), pues su artificiosidad es evidente, y así, no
posee la suciedad, la peligrosidad de las mejores muestras del subgénero (Holocausto caníbal, El proyecto de la bruja
de Blair…). Podría funcionar a nivel paródico, pero la cosa tiene poca
gracia y no es esa la verdadera intención. Otra película del tipo “metraje
encontrado” o “terror en directo” de
estreno reciente, Eliminado (Unfriended), rodada
mediante chat y Skype, era, y solamente en términos puramente audiovisuales,
mucho más inventiva, terrorífica y arriesgada, pero claro, no tenía a un
director como Shyamalan que la respaldase en sus pretensiones.
Como
los niños protagonistas de La visita,
Shyamalan se ha el papel de ser más
listo que el espectador. Hambriento de éxito, suplicando que el público le
aplauda con las orejas tras sus pasados tropezones, en esta ocasión está
dispuesto a serlo más que nunca, a engañarle a cualquier precio. Muchos grandes
directores han intentado esto también, y lo han conseguido, pero los trucos de
Shyamalan no pueden parangonarse, pues son elementales, cortos de miras. La visita posee en su tramo final el
giro de guión marca de la casa: los supuestos abuelos de los niños no son sus verdaderos
abuelos, sino unos psicópatas suplantadores. Hasta entonces, se ha conseguido suspender
la credulidad y la revelación causa sorpresa…pero detenidamente este giro
de guión es de un conformismo y una complacencia descarados. Eliminada toda irracionalidad,
todo sentimiento de lo extraño con esta revelación, Shyamalan impide la entrada
al espectador a un mundo verdaderamente terrorífico e inestable, lo que quizá
hubiera hecho que su película levantara verdaderamente el vuelo. Esta decisión muestra su película como lo que es: un
artificio inofensivo que no pretende más que ofrecer un entretenimiento
moderado y consabido. Sucede como con el found
footage: Shyamalan limpia las lentes del fondo y de la forma de sombras, de
miedos auténticos. ¿No es eso lo propio de los generadores de “sustos fáciles”
de tantas y tantas películas de terror “malas”?
Pero
este giro de guión es lo de menos. Que Shyamalan es un cineasta que no está
dispuesto a afrontar los riesgos de un verdadero maestro del terror se muestra
en el más pequeño detalle de puesta en escena. Esta está elaborada
milimétricamente para que sus espectadores no escapen de un redil de entretenimiento
terrorífico mediocre. Una vez descubierta la verdadera (y aliviadora) identidad
de los abuelos malvados, se produce el enfrentamiento final. Y parece que los
abuelos van ganando. Incluso uno de ellos coge la cámara para anunciar que nos va
a mostrar la cara “penosa y decadente del mundo”. El espectador está nervioso,
se siente indefenso, pues el psicópata ha tomado el control de lo que puede y
no puede ver y le obliga a presenciar una visión maligna, su propia visión
desde las tinieblas…por poco tiempo. La
cámara se queda encima de la cocina, y el niño pequeño y chistoso salva en el
último segundo a su hermana mayor degollando al viejo maligno con la puerta de la
nevera. La cámara está perfectamente situada para que no se vea gota de sangre,
por supuesto. Pero además vemos (o verdaderamente, NO VEMOS) como el niño mata
alegremente al psicópata a chillidos de “¡Home run, premio para el ganador!”,
pues parece que gracias al clímax de violencia extrema ha superado un trauma
deportivo del que se nos ha informado con anterioridad. ¿Qué demonios ha
sucedido aquí? Que Shyamalan, con toda su ciencia cinematográfica (su dominio
conjunto de lo visual y lo auditivo), ha disfrazado, aligerado una situación de
terror extremo hasta lo grotesco con el solo fin del que el público no tenga tanto miedo. Y en efecto, lo ha
conseguido. Las connotaciones turbias de la violencia (delirio psicopático,
sangre en manos infantiles) han desaparecido en lo que el director ha
convertido en un divertido juego. El asesinato no posee más implicaciones que
la victoria de un partido de fútbol americano. La ilusión cinematográfica es
total: el espectador no ha sentido lo que ha visto. Lo que tenía delante no es lo que ha visto en realidad.
Señoras y señores, niños y niñas: bienvenidos al terror de “moderno parque de
atracciones para todos los públicos”[2].
Luego
Shyamalan remata desastrosamente su show con unas impostadas escenas lacrimógenas.
Poco favor hacen a los finales felices pegotes gazmoños semejantes. Ah, y no
salgan aún de la sala, que les queda un chiste de niños y raperos, para que
abandonen el cine con una buena sonrisa en los labios... Pero da igual. Shyamalan ya nos ha
mostrado actitudes cinematográficas en su Visita
que le son congénitas, y que tienen difícil solución a la hora de lograr
películas "de miedo" realmente arrojadas, profundas, sugestivas, y también a la hora de lograr un
entretenimiento realmente sorprendente. Shyamalan quizá sea un habilidoso
hombre de cine... ¿pero un maestro del terror? Eso sí que no.
[1]
En
La joven del agua podíamos
sorprendernos además ante el ego megalómano de Shyamalan, quien obviando sus
dotes delante de la cámara se asignaba el papel de artista…¡cuya obra será
definitiva para que un supuesto nuevo mesías (o algo así) se decida a
transformar el mundo! En otro orden de cosas, el único personaje de la película
que sufría una muerte violenta (en las fauces de un lobo 3D…o algo así) era
nada más y nada menos… ¡que un crítico de cine!: haters gonna hate…
[2]
En
expresión de Jesús Palacios, hablando del cine de Steven Spielberg y el rodaje
de Poltergeist en su brillante Hollywood maldito (2014, Valdemar). Está
muy relacionado…
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