jueves, 18 de septiembre de 2014

Subcine: Combat Shock



Combat Shock (ídem, 1986, Buddy Giovinazzo):
[Editada en DVD en España por Cameo y Tema Distribuciones]

1. La edición digital española de Combat Shock [1] debería ser saludada con alborozo por todos esos cinéfilos que aman lo raro (que está lejos de ser lo mismo que lo friki), los tesoros torturados y un poco inconscientes de sí mismos que podrían perderse entre la basura. Combat shock es una de esas películas imprevistas que parece que no han existido nunca y que no sabríamos ni por dónde empezar a buscar. No aparece en ningún canon, apenas ha sido reivindicada por algún (excelente) cineasta ya muy olvidado (William Lustig)… La Troma de los astutos Kaufman y Hertz no solo tuvo la feliz decisión de concederle una (parca) distribución en su día, sino que es quizá el estatus de culto de esta productora lo que a la postre la ha salvado del olvido. Como para desdeñar apadrinar entre sus filas un título semejante. Combat Shock en la práctica ni existía, y sin embargo, ahora contemplada nos parece imposible creer que pasase desapercibida. Como se nos explica en el documental “Post traumatic”, incluido en el dvd, John Waters tuvo noticia de ella, varios fanzines ignotos la celebraron con furor, como en un culto secreto. Se estrenó en algún cine de barriada, donde los maleantes celebraban a gritos cada miembro serrado por Jason y Leatherface pero esta ocasión se quedaban perplejos, en silencio, aunque a la salida no tuviesen reparo en reclamar el dinero de sus entradas, porque el título (y el poster sobre todo) mentía y aquello no era una película bélica. Es decir, no fueron muchos pero ¡ay de los pocos que la vieron! Antes y ahora vemos Combat Shock como en clandestinidad, con la conciencia de que estamos ante algo gordo aunque nadie vaya a enterarse, y casi mejor así. 



2. La singularidad del filme quizás sea la de tratarse de una película de una extraña ambición, cuyas no precisamente ambiciosas circunstancias de producción terminan por potenciar. La película de Giovinazzo es pura serie B: con un presupuesto de 40.000 dólares, realizada al margen de cualquier estudio, hecha por un amateur y sus conocidos y familiares (el protagonista es interpretado por Rick G., hermano del director, las localizaciones de Vietnam son…las del patio del jardín de su madre)… Lo que la hace independiente, veraz (e irreal), libre. Lejos de ser un filme basto y accidentado, Combat Shock sorprende por el acabado de su puesta en escena, en la que todo parece estar perfectamente controlado. A la vez, es cine exploitation; esto es, áspero y rudo, escandaloso, sanguinolento, anti discursivo, extraordinariamente directo, de claros referentes (aunque dos de los más significativos de Combat Shock sean nada menos que Taxi Driver y Erasehead), sueño degenerado de otro sueño. Lo que lo hace caldo de cultivo para los maleantes, pero también para los artistas más locos y torturados. El mal cine exploitation agasaja a los bajos instintos; el bueno (Lucio Fulci, Trash Humpers, La noche de los muertos vivientes, The Sadist, Holocausto caníbal, Combat Shock…) trata del Infierno y la Pesadilla, de vagar por las miasmas inescrutadas del ser humano sin piedad alguna. Plantear el problema del Mal en otro tipo de película podría no ser tomado en serio por cierto público; en una exploitation puede hacerse sin problemas porque el público ya viene predispuesto a reírse: la cosa va de dejarlos en silencio. En la entrevista incluida en el dvd dice Giovinazzo que se trata de escupir obsesiones terribles para librarse de ellas, exorcizarlas.




3. Combat Shock es la metástasis de una pesadilla, hasta su despertar catártico  y atroz (y la más atípica película sobre el regreso al hogar del veterano de guerra jamás realizada). Aquí también Vietnam, como medida de todas las cosas: el Horror del que se habla en el Apocalypse now de Coppola, pero no en forma de boutade altisonante, sino concretizado, terriblemente concretizado. En los créditos, Vietnam es una serie de destructivas e ígneas imágenes de archivo: luego solo una pradera vacía que podría estar en cualquier parte (el jardín de mamá) pero que por ello parece no localizarse en ninguna, en la cual aparece huyendo el soldado Frankie Dunlan (Ricky Giovinazzo), desde no se sabe dónde… Parece un típico sueño de persecución y huida. La aparición de unos cadáveres, una pequeña guerrilla del Vietcong, mínimamente caracterizada, solo hace más inverosímil ese vacío. Buddy Giovinazzo conjuga de forma perturbadora en Combat Shock lo onírico con lo físico. Sabe que la experiencia de la guerra es sobrehumana, pero también el colmo de lo real. Su Vietnam minimalista de bajo presupuesto podrá parecer que no hace justicia a esto, pero cualquiera que conozca el cine de Samuel Fuller o La colina de los diablos de acero (Men in War, 1957, Anthony Mann) sabe que la experiencia bélica en cine no se representa mejor con más realismo historicista y distanciador, más casting, más escenarios, sino con la visceralidad del detalle y la fisicidad y desnudez de la acción.


4. Vietnam estalla: descubrimos que es un sueño de Dunlan, un sueño que es un recuerdo que permanece incomprensible. Descubrimos con horror que la realidad de Dunlan tras la guerra solo es otro conflicto (u otra pesadilla): una casa (siempre perturbada por el anejo correr de los trenes, presagio onírico de muerte) desconchada y claustrofóbica como la caja de su captura vietnamita, uno de los escenarios cinematográficos más desasosegantes de los que se tiene memoria; un bebé remedo de la criatura de Erasehead (dice mucho de la propuesta de Giovinazzo que este no sea presentado ni como parodia ni como monstruo, sino con la seriedad de primero un llanto en off y a continuación un primer plano cenital nada enfático),  famélico porque en la nevera no hay más que restos y alimentos caducados… Frankie Dunlan vive su existencia como prolongación de la guerra: como una carrera por la supervivencia con más de un ultimátum (24 horas para pagar un alquiler, una deuda de la mafia, buscar un trabajo…). El gran núcleo de Combat Shock es ese vagar desnortado y semiinconsciente de Frankie (un excelente Ricky Giovinazzo, con pinta de no-actor de Bresson, acompañado de una muy deprimente música tecno) por una Staten Island desolada, toda cerrada como en una madrugada perpetua, una Sodoma ya en escombros en donde solo quedan heroinómanos y una cola del paro inútil e interminable que todavía espera a la salvación. 


El largo paseo por Staten Island, culminado por una violenta persecución, es un fragmento sorprendente: Giovinazzo consigue convertir el lugar en un estado de ánimo acumulado de  desesperanza mediante un blues de las imágenes, mediante la languidez del actor, la sucesión de apuntes misteriosos (la chica en motocicleta), siniestros (lo que vislumbramos sobre las mentiras del padre de Frankie), sórdidos (los gusanos en la basura) y patéticos y conmovedores (la relación de Frankie con su amigo drogadicto, el encuentro con la prostituta adolescente). Combat Shock no es una película de demasiadas tesis (estas son muy elementales) aunque se hable de la elaboración de un monstruo: las culpas se reparten equitativamente entre Vietnam y la injusticia de la civilización, pero aparte quedan en el espectador los gestos de generosidad e indignación de Frankie, como gritos de socorro antes del definitivo naufragio. Combat Shock es la descripción del apocalipsis de un hombre, ni más ni menos, y su aterrador final gore (que aquí no desvelaremos), tan cruel como todo lo anterior, no es sino la gota que colma el vaso en el misterio de su destrucción. Como siempre, el detalle prevalece: ese último vaso de leche (sí) nos estremece más que toda la sangre anterior, es el símbolo perfecto del vacío. Y luego la película termina, con un tren interrumpiendo la noche.

En la estela (presupuestaria y emocional) de La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974, Tobe Hooper) o El asesino del taladro (The Driller Killer, 1979, Abel Ferrara), Combat Shock es una de las más abracadabrantes e inolvidables inmersiones cinematográficas en el american psycho.



[1] Compendio de su edición americana en la colección de “obras maestras de Troma”, la única desde su estreno y por tanto toda una recuperación. Esta incluía también el “montaje del director”, titulada American Nightmares y al parecer diez minutos más larga.

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