Super (2010, James Gunn): Pocos placeres existen para el cinéfilo como toparse con algo por donde en principio no podía haber nada (bueno). Esta es la sustancia de las cult movies: el reconocimiento o adoración de aquello que la gran mayoría ha desdeñado situar en sus altares: acogemos a las cult movies como a aquel heredero legítimo injustamente caído en desgracia, incorporándonos con alborozo a su mínimo séquito, en combate contra el nepotismo de la corte para recuperar un trono que las artimañas de los más poderosos le han arrebatado. Muchas veces, esta defensa obedece a un afán polemista y contracultural, o en ocasiones a mera pose; en otras puede convertirse en absurdo fanatismo, en obcecación nerd. Pero con frecuencia la defensa de la cult movie se guía por un afán maravillosamente desinteresado e idealista, el de poner de manifiesto lo que (a nuestro juicio, incompresiblemente) se ha ignorado o desdeñado, el de celebrar el descubrimiento de una estrafalaria genialidad, e impedir que los pisoteos del olvido y la conspiración de silencio del poder acaben con ella (aunque a veces seamos egoístas y gustáramos de guardárnosla para nosotros solos, como si estuviera hecha expresamente para nosotros): se trata, en el fondo, de justicia poética. Puede ocurrir que defendamos más fervientemente una pequeña rareza que una unánime gran película, pero es porque los más grandes no lo necesitan tanto. Y esta necesidad de busca y captura y quizás celebración de rarezas por convicción o a su pesar se hace hoy más pertinente que nunca (y en España no digamos), cuando la distribución en salas ha caído en picado y el mercado doméstico no siempre apuesta por bucear entre el maremágnum, mientras montañas de cine invisible se acumulan sin tener a nadie que las vea.
Pocas expectativas teníamos para toparnos con algo así en la filmografía de James Gunn, pues aunque, ahí es nada, es el artífice de uno de los clasicazos de la factoría Troma, Tromeo and Juliet (1996, codirigido junto al inevitable Lloyd Kaufman), su trayectoria tromesca no se prolongó. Pero si no hubiésemos prestado tanta atención a Zack Snyder nos habríamos percatado de que, además, a él se debe el magnífico guión de Amanecer de los muertos (Dawn of the dead, 2004). También, aducirán otros, el de las dos entregas en imagen real de Scooby Doo... Tras la ignota The specials (2000), que comparte superpoderes con la película que ahora comentamos, Gunn abraza un presupuesto más holgado con una serie B de gran estudio. El resultado es Slither. La plaga (Slither, 2006), una nueva invasión de larvas extraterrestres que pese a un par de purulentos hallazgos estéticos (o si se prefiere, antiestéticos), se queda en una tontería a la que le sobran unos cuantos millones de dólares, que seguro la harían ganar en chascarrillos tromescos que airearan su insoportable rutina. Pero hete aquí, tres años después de su estreno (en edición DVD a cargo de Sony-Columbia Pictures), la cuarta película de James Gunn. Y no podemos dar más las gracias, porque Super es una cult movie irrebatible, una película sorprendente y conseguidísima, que si en principio se nos aparece como un guilty pleasure radicalmente gozoso, acaba por obligarnos a quitarnos el sombrero ante el genial resultado de su rareza.
Super, en la época del manierismo extremo de las películas de superhéroes, tiene el noble mérito de no solo (saber) cuestionar por la ironía toda la mítica superheroica, acertando así en todo lo cual una película como Kick-Ass (2010, Matthew Vaughn) se quedaba corta; Super, además, indaga en nuestra necesidad y en nuestra fascinación por la figura del superhéroe sin cinismos, con la verdadera seriedad de la humildad: el resultado de esta película de auténticos superhéroes es muchísimo más contundente y emocionante que el de cualquier otra del género que podamos ver en este y otros veranos. En sus conjunciones de géneros, tonos y clichés se encuentra el éxito de la película de Gunn: el director nos deja a veces sin saber a qué está jugando, pues con una calculada ambigüedad de estilo pasa del sketch marca Troma al melodrama indie, de momentos de humor brutal a la ironía metafísica. Pero finalmente todo cuaja: Super es una de esas películas hechas a base de ramalazos de inspirado y libertario entusiasmo, en las que ese mismo entusiasmo creativo garantiza el continuum, haciendo de lo heteróclito virtud.
En Super nos encontramos con el pobre de Frank D’Arbo (Rainn Wilson), que ya desde el mismo prólogo se nos mete en el bolsillo señalando los dos únicos momentos de felicidad que ha tenido su vida, su boda con Sarah (Liv Tyler) y la ayuda prestada a un policía que en una ocasión sirvió para atrapar a un caco. James Gunn, siempre irónico con el patetismo de sus personajes, nunca es tan miserable como para tomárselos a guasa, lo que gracias a un plantel de actores sobresaliente otorga una credibilidad y un carisma al filme notables. Frank acabará profundizando en su momento de felicidad justiciera debido a la pérdida de lo conseguido en el otro: Sarah, que ya antes había tenido problemas de adicción, cae bajo la influencia y después las garras de un mafioso de las drogas que parece salido de la mente de David Lynch, Jacques (estupendo Kevin Bacon, más desarrapado y desenvuelto de lo normal). Super, en realidad, no deja de ser un muy particular Taxi Driver (1976, Martin Scorsese): Frank, desconsolado por la pérdida de su mujer, se convierte en un anti(super)héroe que combate una injusticia urbana que es la prolongación de la que él ha sufrido, y cuyo objetivo último, claro, es la recuperación de Sarah. Pero lo de Frank no es una fuga psicótica sino iluminación divina; en un abracadabrante giro de guión, que parece explicitar, medio en serio, medio en broma, el contenido trascendental de algunos guiones de Paul Schrader, Dios (¡¡con la voz de Rob Zombie!!) se presenta en una visión a Frank (no diremos cómo) para refrendarle en su misión de justicia…
Lo sugestivo de Super es que, manteniendo siempre un tono humorístico de altura, es la historia de una venganza justiciera caiga quien caiga, que no rehúye los aspectos más espinosos de lo que ello puede significar; ejemplo de esto es la serie de pequeñas viñetas en las que Frank/Rayo Carmesí se enfrenta a distintas personificaciones de los males urbanos (camellos, pederastas, egoístas que se cuelan en la cola del cine): carente esta vez el héroe de la pulcritud de los superpoderes, los encuentros acaban con sangre a borbotones; en cuanto a “efecto realidad”, la cinta da mil vueltas a todo lo propuesto por Kick -Ass. Como excelente es el juego con diversos clichés de las ficciones superheroicas, desarrollado en especial a través de las visitas de Frank a la tienda de cómics y el diálogo que establece allí con la dependienta Libby (una Ellen Page que vuelve a demostrar lo bien que se desenvuelve en comedia), más adelante socia justiciera y pareja screwball, sobre distintas cuestiones de la esencia superheroica (¿por qué Batman es un superhéroe si no tiene poderes?; la presunta visión divina de Frank, si nos paramos a pensarlo, hace en realidad de él un héroe mucho más supernatural que Bruce Wayne…). El hiperbólico y ultraviolento asalto a la guarida de Jacques con que culmina la película, que posee infinitamente más tensión y carga épica que la totalidad de un Hombre de acero (Man of Steel, 2013, Zack Snyder), se encuentra asimismo entre lo más memorable de una película que termina para el héroe con el sabor agridulce de las hazañas pasadas, pues como suele suceder todo ha acabado bien, menos sus propias expectativas. Super, bajo su fachada de ligereza, esconde sorpresas con razón de ser, poesía comiquera y estrambótica de la buena, y proporciona una emoción que muchas han perdido por el camino. Bien merecía que rompiésemos una lanza a su favor.
Y a todo esto, ¿qué es de James Gunn? Pues en estos momentos se encuentra nada más y nada menos que preparando una auténtica película de superhéroes para Marvel: Guardians of the Galaxy. Solo le pedimos que durante su realización tenga muy presentes los logros de su Super, que, quizá sin pretenderlo, es una de las mejores y más originales películas que nos ha brindado el género.