domingo, 20 de septiembre de 2015

La visita, o por qué M. Night Shyamalan NO es un maestro del terror



A menudo puede escucharse que M. Night Shyamalan es uno de los “maestros” del cine de terror contemporáneo. La visita (The Visit, 2015), su nueva película tras un largo período, digamos, poco grato al recuerdo, ha sido saludada con bastante entusiasmo como una vuelta a las esencias. Sí, es una serie B (de gran estudio, no se crean que esto es La noche de los muertos vivientes) patrocinada por el ubicuo Jason Blum, pero Shyamalan, en opinión general, ha recuperado en buena medida con ella su toque de varita mágica, ese toque que le hacía ser “un maestro del terror”.


Y sí, La visita es una película eficaz, rodada con buen pulso, con buenos sustos y dosis de oscuridad, siempre entretenida. Para mí, siempre será una buena noticia que haya cine de terror con éxito comercial, y si además es bien recibido por los críticos, deseosos de volver a ver el talento de todo un “autor”, la cosa parece de ensueño. Pero mientras veía La visita, tan intrigado y atento como el resto del público, tuve la revelación terrible, decisiva: contra todos los signos, M. Night Shyamalan NO es un maestro del cine de terror. Y esta vez ha vuelto para confirmarlo, quizás de forma definitiva.




Para el caso no importa que en su filmografía hallemos películas notables (por citar una de las menos (re)conocidas, El incidente me parece tan imperfecta como sugestiva); como asimismo no tienen importancia los fiascos, que en honor a la verdad no han tenido que ser “por encargo”: la por declaración propia “muy personal” La joven del agua es uno de los bodrios más patéticos que se recuerdan (en esto creo que la opinión será 99% unánime)[1]. Tan solo unos cuantos detalles de La visita nos lo hacen patente.

En honor de la verdad, La visita no se diferencia mucho de la más correcta y ramplona película norteamericana de terror mainstream de la actualidad, pero el pedigrí que el director conserva le impide en buena medida escapar a ciertas comparaciones odiosas. Que Shyamalan se haya decidido a usar para la ocasión el formato de found footage (“metraje encontrado”) puede causar de todo menos sorpresa, pues este se viene aplicando en el género (con resultados en ocasiones realmente magistrales)…desde el siglo pasado. Pero el found footage le sirve a Shyamalan para poco más que unos cuantos sustos efectistas y sobre todo, para endosarnos un discursete metanarrativo en boca de los repipis protagonistas que no puede ser más indigesto. El found footage de Shyamalan es completamente light e inofensivo: no genera prácticamente inmediatez (e inseguridad en el espectador), pues su artificiosidad es evidente, y así, no posee la suciedad, la peligrosidad de las mejores muestras del subgénero (Holocausto caníbal, El proyecto de la bruja de Blair…). Podría funcionar a nivel paródico, pero la cosa tiene poca gracia y no es esa la verdadera intención. Otra película del tipo “metraje encontrado” o “terror en directo” de estreno reciente, Eliminado (Unfriended), rodada mediante chat y Skype, era, y solamente en términos puramente audiovisuales, mucho más inventiva, terrorífica y arriesgada, pero claro, no tenía a un director como Shyamalan que la respaldase en sus pretensiones.

Como los niños protagonistas de La visita, Shyamalan se ha  el papel de ser más listo que el espectador. Hambriento de éxito, suplicando que el público le aplauda con las orejas tras sus pasados tropezones, en esta ocasión está dispuesto a serlo más que nunca, a engañarle a cualquier precio. Muchos grandes directores han intentado esto también, y lo han conseguido, pero los trucos de Shyamalan no pueden parangonarse, pues son elementales, cortos de miras. La visita posee en su tramo final el giro de guión marca de la casa: los supuestos abuelos de los niños no son sus verdaderos abuelos, sino unos psicópatas suplantadores. Hasta entonces, se ha conseguido suspender la credulidad y la revelación causa sorpresa…pero detenidamente este giro de guión es de un conformismo y una complacencia descarados. Eliminada toda irracionalidad, todo sentimiento de lo extraño con esta revelación, Shyamalan impide la entrada al espectador a un mundo verdaderamente terrorífico e inestable, lo que quizá hubiera hecho que su película levantara verdaderamente el vuelo. Esta decisión  muestra su película como lo que es: un artificio inofensivo que no pretende más que ofrecer un entretenimiento moderado y consabido. Sucede como con el found footage: Shyamalan limpia las lentes del fondo y de la forma de sombras, de miedos auténticos. ¿No es eso lo propio de los generadores de “sustos fáciles” de tantas y tantas películas de terror “malas”?

Pero este giro de guión es lo de menos. Que Shyamalan es un cineasta que no está dispuesto a afrontar los riesgos de un verdadero maestro del terror se muestra en el más pequeño detalle de puesta en escena. Esta está elaborada milimétricamente para que sus espectadores no escapen de un redil de entretenimiento terrorífico mediocre. Una vez descubierta la verdadera (y aliviadora) identidad de los abuelos malvados, se produce el enfrentamiento final. Y parece que los abuelos van ganando. Incluso uno de ellos coge la cámara para anunciar que nos va a mostrar la cara “penosa y decadente del mundo”. El espectador está nervioso, se siente indefenso, pues el psicópata ha tomado el control de lo que puede y no puede ver y le obliga a presenciar una visión maligna, su propia visión desde las tinieblas…por poco tiempo. La cámara se queda encima de la cocina, y el niño pequeño y chistoso salva en el último segundo a su hermana mayor degollando al viejo maligno con la puerta de la nevera. La cámara está perfectamente situada para que no se vea gota de sangre, por supuesto. Pero además vemos (o verdaderamente, NO VEMOS) como el niño mata alegremente al psicópata a chillidos de “¡Home run, premio para el ganador!”, pues parece que gracias al clímax de violencia extrema ha superado un trauma deportivo del que se nos ha informado con anterioridad. ¿Qué demonios ha sucedido aquí? Que Shyamalan, con toda su ciencia cinematográfica (su dominio conjunto de lo visual y lo auditivo), ha disfrazado, aligerado una situación de terror extremo hasta lo grotesco con el solo fin del que el público no tenga tanto miedo. Y en efecto, lo ha conseguido. Las connotaciones turbias de la violencia (delirio psicopático, sangre en manos infantiles) han desaparecido en lo que el director ha convertido en un divertido juego. El asesinato no posee más implicaciones que la victoria de un partido de fútbol americano. La ilusión cinematográfica es total: el espectador no ha sentido lo que ha visto. Lo que tenía delante no es lo que ha visto en realidad. Señoras y señores, niños y niñas: bienvenidos al terror de “moderno parque de atracciones para todos los públicos”[2].

Luego Shyamalan remata desastrosamente su show con unas impostadas escenas lacrimógenas. Poco favor hacen a los finales felices pegotes gazmoños semejantes. Ah, y no salgan aún de la sala, que les queda un chiste de niños y raperos, para que abandonen el cine con una buena sonrisa en los labios... Pero da igual. Shyamalan ya nos ha mostrado actitudes cinematográficas en su Visita que le son congénitas, y que tienen difícil solución a la hora de lograr películas "de miedo" realmente arrojadas, profundas, sugestivas, y también a la hora de lograr un entretenimiento realmente sorprendente. Shyamalan quizá sea un habilidoso hombre de cine... ¿pero un maestro del terror? Eso sí que no.




[1] En La joven del agua podíamos sorprendernos además ante el ego megalómano de Shyamalan, quien obviando sus dotes delante de la cámara se asignaba el papel de artista…¡cuya obra será definitiva para que un supuesto nuevo mesías (o algo así) se decida a transformar el mundo! En otro orden de cosas, el único personaje de la película que sufría una muerte violenta (en las fauces de un lobo 3D…o algo así) era nada más y nada menos… ¡que un crítico de cine!: haters gonna hate…

[2] En expresión de Jesús Palacios, hablando del cine de Steven Spielberg y el rodaje de Poltergeist en su brillante Hollywood maldito (2014, Valdemar). Está muy relacionado…